 |
Casus belli |
Una de las invenciones de la guerra fría fue la
"guerra limitada". Uno de sus padres intelectuales fue el icónico Henry Kissinger. Esas guerras se opondrían a la
"guerra total" en tanto no conllevarían una completa movilización industrial. Asumido que la amenaza de una represalia nuclear total no era suficiente para evitar conflictos, se trataba de hacer compatible una gran fuerza militar convencional
fija con la economía de gran consumo norteamericana. A día de hoy, EEUU
gasta más del 50% del presupuesto federal en Defensa sin estar en guerra.
El ejército de EEUU siempre se mantuvo muy cerca del mundo de los negocios. Esta relación ha llegado tan lejos que, posiblemente, su aparato militar lleve décadas organizándose y audevaluándose de forma contraria a las enseñanzas del llamado
Arte de la Guerra. Alejándose cada vez más de la
intuición del guerrero,
el aparato militar de EEUU se concibe a sí mismo como una empresa capitalista más, donde los oficiales son gestores. A través de un factor trabajo (soldados) y un factor capital (armas y sistemas de guerra), se persigue un concreto objetivo:
muertes enemigas. Cualquier esfuerzo u organización militar se convierte así en un punto dentro de una curva de producción a maximizar. Esto es: se busca el concreto punto de dicha curva en que el ingreso marginal derivado de un aumento de una unidad de producto se iguala al coste de producirla. Por lo tanto, muchos pacifistas estaban en lo cierto: la guerra es un negocio.
El aparato militar de EEUU, en tanto una empresa capitalista norteamericana más, está impregnado de la cultura empresarial norteamericana. Entre los aspectos más destacados de dicha cultura encontramos una tendencia a desarrollar técnicas para un
uso intensivo de recursos en modelos de producción que buscan operar "a la máxima capacidad". O más sencillamente: la búsqueda de ingenios que aumentan exponencialmente la producción. Todos los problemas se solucionarían así. De esta forma, la victoria militar sería una función de la capacidad de fuego y la movilidad de las fuerzas militares. No hay ni pasado ni futuro. Si se encuentra la forma de multiplicar la capacidad de fuego y la movilidad por encima de la del rival, se sigue una inevitable victoria. Estamos ante lo que el sociólogo norteamericano
James William Gibson denominó la tecnoguerra.
En la tecnoguerra las organizaciones político-militares más eficientes invariablemente vencen.
El mercado se vacía. La victoria es ser capaz de producir
más muertes, más rápido (ver pág. 212). La victoria es destruir mejor.
Mientras los dirigentes del esfuerzo de guerra asignan los recursos de una manera eficiente,
el trabajo de los militares sobre el terreno queda reducido a operaciones repetitivas comparables, según el general Julian Ewell, a una "cadena de montaje". Hablamos, en suma, de un enfoque regido por las habituales fantasías de la cuantificación. La eliminación del razonamiento de aquello que no puede ser fácilmente reducido a números obviamente conlleva un sesgo. Un sesgo que representa, por ejemplo, concebir a todos los que se enfrentan a EEUU como una forma subdesarrollada de los propios EEUU. Sesgo que en Vietnam supuso la completa derrota de los esfuerzos militares norteamericanos, empeñados en ver a la rural nación asiática como un rival industrial subdesarrollado que
"racionalmente" decidiría dejar de luchar ante la eficiencia norteamericana (porque la
producción de muertes era también concebida como una forma de
comunicación). La derrota de la tecnoguerra en Vietnam
llegó a ser evidente incluso en sus propios términos (ver págs. 298-299). No obstante, la derrota militar en Vietnam se relegó al terreno de lo irreal, de lo trágico. Al igual que la Alemania que se negó a aceptar su derrota en la 1ª Guerra Mundial, atribuyéndola a una
"puñalada por la espalda", los norteamericanos adoptaron teorías similares. Las diversas tendencias políticas atribuyeron Vietnam a errores de cálculo y otros a no haber querido vencer. En definitiva, la tecnoguerra sobrevivió para luchar otro día.
Tanto en Iraq como en Afganistán el uso intensivo de tecnología militar del ejército de EEUU ha resultado inútil para alcanzar la victoria. Entendiéndose victoria en los propios términos norteamericanos de pacificación/modernización de esos países. El resultado final en ambos lugares es más parecido al caos que a otra cosa, es el fracaso. Al igual que en Vietnam, el poder norteamericano está concentrado en el arte de
construir naciones con el uso de potentes explosivos y sofisticados sistemas de guerra. Al final, la realidad hoy es la misma que
en la Britania del siglo I de nuestra Era:
la única paz que puede alcanzar un óptimo mix de armas, sin considerar otros aspectos, es la del genocidio.
Cuestiones como el nacionalismo, la estructura de clases, la cultura, la religión; en tanto no cuantificables, siempre están dramáticamente lejos del centro de la estrategia. De hecho los EEUU sistemáticamente intentan comerciar con esos aspectos intangibles intercambiándolos por la introducción de bienes de consumo. Esto es: el rechazo a la Pax Americana de raíz cultural, religiosa o por mero subdesarrollo económico desaparecería introduciendo alguna combinación de cadenas de comida rápida y artefactos modernos.
Pues bien, la Tecnoguerra vuelve estos días, con motivo de la crisis de los refugiados árabes en Europa, a asomar su fea cabeza. Como siempre parece que se está siguiendo el clásico esquema de la guerra limitada. Intentan vendernos sucesivas escaladas militares como soluciones técnicas obvias recomendadas por expertos. Ya sean ataques de drones, vuelos de reconocimiento armado o bombardeos selectivos, las sucesivas medidas de guerra se presentan como la solución definitiva. Y, como siempre, nunca lo son: convirtiéndose el fracaso de cada sucesiva escalada en la justificación de la siguiente. Paso a paso, metro a metro, bomba a bomba. Y al otro lado un enemigo líquido (ISIS o Estado Islámico) cuya completa derrota se antoja difícil de alcanzar. En un entorno de guerra no convencional son de esperar un gran número de víctimas inocentes.
Con Siria, con la atrayente excusa de "evitar más refugiados", parece que estemos ante un nuevo intento de guerra occidental en Oriente Medio. Y como no podía ser menos han aparecido los argumentos habituales: que si Munich, que si Hitler, que si la teoría del dominó, etc. Hay muchos creyentes en que la siguiente escalada militar funcionará, fascinados con las imágenes de poderosas armas de guerra. Muchos no pueden comprender cómo no puede resolverse todo mediante un uso más irrestricto de la violencia. Obvian que el bombardeo estratégico se ha probado históricamente inútil a la hora de conseguir objetivos políticos. Incluso fracasó en el ejemplo que por Twitter me arrojaban multitud de perfiles ultras, que es el de la Segunda Guerra Mundial. Afirmaban que lanzar bombas funcionó contra Hitler y que quien se oponga al bombardeo de Siria es algo así como un memo. Trazos gruesos al margen es preciso recalcar que Alemania no fue derrotada por el bombardeo masivo de sus ciudades. Aquello constituyó un crimen inútil. Tanto como los bombardeos de EEUU en el sudeste asiático: donde arrojó sobre Camboya, Laos y Vietnam nada menos que 4 veces más toneladas de bombas que en toda la 2ª Guerra Mundial. Recordemos: hablamos de una guerra limitada.
Resulta fascinante cómo después de lo que ocurrió en Iraq se pueda seguir creyendo en la magia de las fuerzas de ocupación. Al final siempre nos encontramos con lo mismo: se libran guerras nominalmente dirigidas a "eliminar dictadores", "instaurar la democracia" o "modernizar" para luego... dar rienda suelta a los más fanáticos o intentar instalar dictadores u "hombres fuertes", siguiendo el eufemismo anglosajón. ¿Y por qué? ¡Porque es la solución más eficiente en términos de coste-beneficio! No obstante, para la mayoría de enfoques de pura testosterona Siria queda reducida a una abstracción sobre la que arrojar bombas sin pensar en quién y cómo gobernará después.
Y siempre paso a paso, bomba a bomba, el resultado final parece una tragedia que culmina una serie de errores de cálculo o insuficiencias tecnológicas. Porque estamos ante un sistema cerrado.
Los medios de comunicación, por su parte, imponen un ritmo frenético de acontecimientos en que no hay lugar para el análisis, sólo morbo y moralina. Un análisis detenido de lo que ocurre sin duda señalaría el origen del problema en Siria en la aniquilación del régimen de Gadafi en Libia. Un hecho que,
como se comentó en este blog, representaba un antes y un después en la política internacional; al forzar la interpretación de una resolución del Consejo de Seguridad ONU contra el parecer de Rusia y China, algo muy grave. El derrocamiento del dictador libio por vía de una ilegal intervención OTAN, además, pareció augurar buenos tiempos para derrocar regímenes como el sirio. Pero el régimen de Siria, protegida por un eje Rusia-Irán, no iba a verse bajo una intervención militar como la de Libia. Se desarrolló, más bien, una
despiadada guerra civil en la que por mucho que se empeñen algunos, el dictador Asad no es el más feo del concurso. Es más:
a los más feos del concurso les ha armado EEUU.
¿Cómo podría ser un casus belli para la OTAN entrar en Siria el hacer la guerra a aquellos a los que ha dado recursos y armamento? Suena un tanto escandaloso. Está más que claro que cualquier solución para el conflicto sirio pasa por detener la asistencia a los grupos rebeldes sirios y colaborar con Rusia en lugar de hostigarla.
EEUU se ha mostrado incapaz de producir democracias porque su única forma de manifestar su poder tiene por objeto casi único la destrucción. Una destrucción que puede ser muy lucrativa para algunas empresas, pero es estéril políticamente. La tecnoguerra comparte su vacío corazón con los análisis sobre desempleo y pobreza con que, a su vez, nos bombardean los economistas a medida que crece la miseria. La
"guerra contra el paro" también es la historia de una derrota absoluta sembrada de victorias sobre el papel y una permanente promesa de victoria escalando la dosis. La tecnoguerra está lejos de ser algo extraño y puntual. Siempre hay espacio para más inversión en armas mientras pensiones y sanidad pública están en el blanco de mira. Baste decir que
uno de los más señeros impulsores de la tecnoguerra se recicló en experto sobre la gestión de sistemas de salud públicos en el bando que todos os podéis imaginar.
Rechazar los bombardeos a Siria no es apoyar a ISIS ni mostrar simpatía con el dictador Asad. Es una postura racional basada en lo ocurrido hasta ahora en Iraq y otros muchos lugares. Porque si resulta terrible la muerte de cientos de miles en una guerra, aún lo resulta más en el marco de una guerra que no sirva para nada.
 |
"Esta vez es diferente" |
"A destruir, masacrar y usurpar bajo falsos títulos le llaman Imperio; hacen un desierto y le llaman Paz" Tácito
PS: hoy jueves 10 de septiembre El País ha sacado
un editorial conjunto con otros periódicos europeos donde se afirma
"Europa se enfrenta a la peor crisis de refugiados que ha presenciado el mundo desde la II Guerra Mundial". Algo inexacto si nos referimos a las concretas cifras de refugiados, que
según ACNUR hoy son 4 millones en cuanto a Siria. En la guerra de Vietnam provocada por EEUU, sin ir más lejos, sólo en Vietnam del Sur se produjeron
más de 10 millones de refugiados. Tal vez a la ONU, El País y los otros medios se les pasase o tal vez estaban ejerciendo el clásico etnocentrismo de negar todo lo que sucede más allá de las fronteras de
"la civilización".